PASEOS EN EL REPOSO - 18
Para que un material resiliente ceda energía elástica al ser golpeado, recuperando su forma original una vez pase la fuerza exterior presionante, requiere que la desfiguración manifestada no represente una "deformación unitaria", esto es, que la fuerza del afuera no logra un aplastamiento completo de la configuración del material en el adentro, y eso le permite su compactación de nueva cuenta, siguiendo así como si nada. Este procedimiento al interno, esta marcha ocurrida por la resiliencia, también se cumple en los procesos del sistema de la mente de los grandes competidores en las diferentes contiendas habidas en el mundo áspero de los enfrentamientos humanos, sean estos económicos, políticos, sentimentales, bélicos, deportivos e intrapersonales (el enfrentamiento de uno contra uno mismo), entre otros posibles.
Pero no se trata de entender y de hacer entender en qué consiste la resiliencia. Aunque sea importante, más importa pormenorizar bajó qué condiciones privantes la resiliencia se torna en una herramienta psíquica lejana a nuestro alcance, habida cuenta de que algo nos hace flaquear el ánimo doblándonos moralmente, justo porque no podemos (o no sabemos) resilienciarnos en el tiempo en que debemos hacerlo.
Explico la idea mediante una final por la Copa mundial de fútbol.
Ahí en esa final van a disputarse el premio dos grandiosos equipos, cuyos desempeños en la justa fueron impecables. Todos los contendientes están henchidos de moral y dispuestos como el primer jinete del apocalipsis, el del caballo blanco, a salir al campo a luchar y a ganar. El jinete del apocalipsis sólo aguardaba oír el sonido de la trompeta y estos gladiadores del fútbol sólo aguardan el final del himno de su país para salir a batallar por la copa-mundo.
El escenario del encuentro de una final, pone en exposición las estrategias y las tácticas de los equipos en la búsqueda del triunfo. No obstante muy pocas veces se ve, porque quizá no sea parte de las estrategias, y de aquí parten sus vulnerabilidades, como el equipo que se coloca con el marcador en contra con dos goles o más, se repone. Por el contrario, en la medida que va corriendo el tiempo la diferencia en goles sigue aumentando, perdiendo indefectiblemente la oportunidad de levantar en sus manos la Copa.
¿Qué ocurriría? ¿Cómo se originó la debacle que hizo que hombres que aparecieron en el campo repletos de moral deportiva salgan del mismo abatidos y llorosos?
La respuesta no viene por la parte deportiva sino por partes muy poco escudriñadas pertenecientes a los mundos de las humanas almas.
Veamos.
Un encuentro deportivo, no importa la disciplina, no es tanto un encuentro con deportistas rivales. El encuentro que se da en la cancha, en el ring, en el campo, etc., es un encuentro con las faltas... Un encuentro con las propias faltas. El rival nada más, en la economía de las acciones, debe captarlas o irla captando, para aprovecharlas a su favor. Vea usted las peleas de M. Ali y notará como este señor va golpeando no la cara y las partes blandas del contendiente, sino la moral que el contendiente llevó al ring y que se va socavando cada vez que comete el error, imperdonable en el boxeo, de dejar el rostro descubierto por ausencia de guardia.
Siendo que se nos va extinguiendo la Moral (la única fuerza que nos permite seguir de pie, que nos ayuda a recuperarnos aún caídos) según vayamos perpetrando faltas (la falta inicial da paso a la siguiente falta y así) en el proceso de conseguir lo buscado, se hace de una rigurosidad insoslayable por el lado de quienes asuman la opción de que la resiliencia si es factible, introducirse en la temática del Error, o mejor dicho, introducirse en la jurisdicción de la valoración negativa de las faltas tomadas bajo la luz de los desaciertos. Y es bueno agregar de paso y con esto abandono el ejemplo de los deportes, que dentro de estos hay disciplinas en los que no hay rivales que se interpongan entre el deportista y su meta (piénsese en las rutinas de las gimnastas olímpicas, en los saltos con o sin garrocha, en los lanzamientos, en el tiro al blanco, en los clavados...). En ese rango de competencias el único obstáculo para cumplir con las rutinas y los movimientos programados, es el mismo participante. Y pese a que carecen de oponentes, los atletas perdedores salen igualitos de compungidos, puesto que no pudieron con ellos mismos, pues las faltas en las ejecuciones a lo largo de las dificultades a vencer, los fueron mermando.
Huelga citar una definición de Error (busque usted una que le sea útil). Cualquiera que sea contendrá o arrojará la noción de que error es un evento lamentable para quien lo cometa. Y lo lamentable no son precisamente las consecuencias de haberlo cometido, porque si a ver vamos, todo lo hecho en la vida real, trae consecuencias. Lo que hay que lamentar del error pasa por lo que se nos genera al interno de nosotros por haberlo efectuado. El error pertenece en esa visión reducida en torno a su realidad como aquello vergonzoso ante cuyo influjo no podemos sobreponernos. Ahora, claro, ese error que nos clava al suelo, que nos destroza en pedacitos, no es cualquier error. De ordinario ante los errores diarios tenemos respuestas lingüísticas consabidas. Con un "disculpe usted" o frases similares, salimos avantes ante las faltas consuetudinarias. Y bien, ¿cuál sería, pues, el error que no nos perdonamos cometer, el que nos tumba hasta el punto de hacernos perder la esperanza?
"Hay dos tipos de errores -le decía el jefe Wallace Boden, personaje de Chicago Fire interpretado por el gran actor británico Eamonn Walker para la Universal, a un subaterno desencajado-: Los errores evitables y los errores inevitables". La explicación del "jefe Wallace" no pasó de ahí, lo que me obligó a determinar que en términos prácticos, se nos convierte en material confuso cuáles son los unos y cuáles son los otros. Sin embargo me atrevo a afirmar que los errores evitables son aquellas equivocaciones que al materializarlas ponen en peligro el objetivo perseguido. Si estoy en lo cierto un "error evitable" se pudiera aceptar mejor como aquel error que debe evitarse, resultando con ello una diferencia más expedita en los errores. Aquellos que se ven como "gajes del oficio", y los errores ilógicos que una vez dado, el que lo cometa en el medio de un contexto competitivo, quebrantará la lógica de lo que se está llevando a cabo. Por ejemplo, el pase ingenuo que le regala el balón al contrario en un partido de fútbol o el auto-gol, podrían aceptarse como errores ilógicos en el orden de los disparates que cada jugador debe cuidarse en su accionar. Por consiguiente, desde el momento en que se comete la "ilogicidad" aparecerá la ola que va a arrasar con la moral del contendiente o de los contendientes, si a renglón seguido no se corrigen.
¿Habrá solución para encarar este tipo de error devastador? ¿Qué hacer cuando somos víctimas de nuestros propios errores ubicados en el espectro de los "errores imperdonables"? En la próxima entrega intentaré esbozar al respecto alguna respuesta satisfactoria. ¡Ya la verán!
Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET
Magíster en Gerencia UNET
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