EL PRIVILEGIO DEL PSICÓTICO
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EL PRIVILEGIO DEL PSICÓTICO
"En el psicótico no se trata de realidad, sostiene Lacan, sino de certeza". MOUSTAPHA SAFOUAN
"...el perverso... no puede elegir...".
JOYCE McDOUGALL
El psicótico no nada más niega la realidad objetiva, sino que la realidad objetiva la desplaza para colocar en su lugar una realidad hiper-subjetiva que con grandes esfuerzos psicóticos, construyó y sin detenerse nunca, seguirá construyendo. Al desplegar sus pensamientos y actos en su propia realidad enferma, se hace un recluso o un reo de ella, habida cuenta de que no tiene otra instancia a donde ir. Y todo lo que hace en ella lo asume como lo correcto y lo debido por hacer. Ahí censura, hace fallos donde él es el jurado, el juez y el verdugo, sin ningún atisbo de remordimiento o de culpabilidad. Cuando mata a otro(s) ser(es) humanos, no lo toma como una acción asesina. El matar para él no existe. Al matar a otros él en su concepción, los está destruyendo, y se puede tomar, a sí dentro de esa misma concepción, como un gladiador o super-heroe, ejecutor de justicias descomunales. Si alguna vez resulta aprehendido, de inmediato ve el procedimiento como una cacería de brujas. Y si acaso le muestran vídeos, fotos o grabaciones en las que aparece él o su voz, en plena faena ejecutora, sin pensarlo afirma que lo que está viendo es un vulgar montaje, mal hecho inclusive.
Tuve la oportunidad a inicios de siglo, de observar a un niño de 5 años (el cual a la larga se convertiría en delincuente) que botaba la comida que la madre le servía en el comedor. La botaba por el balcón del apartamento ubicado en el piso 15, aprovechando que su ingenua progenitora, se iba de nuevo a la cocina. Yo estaba de visita, y desde el recibo podía oír lo que el infantico se decía a sí para convencerse que no era él el que botaba el alimento: "Yo no fui, yo no fui y yo no fui". El mantra de autoengaño lo acompañaba con gestos faciales y movimientos de mano que reflejaban el convencimiento de lo que decía. Esto lo observé en tres ocasiones. Tal vez era un evento consuetudinario en el apartamento.
Así que ante un psicótico nada sirven los consejos, o en su defecto, nada sirve esperar que solicite el perdón sincero de quienes recibieron agravios de su fuerza psicológica o muscular aplicada. Y no lo hace, como asomé en un principio, no es porque él sea alguien malo o perverso, sino porque en su interno está total y definitivamente persuadido de la corrección de sus decires y haceres.
Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET