DA RISA PERO SIN GANAS DE REÍRSE (X)

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DA RISA PERO SIN GANAS DE REÍRSE (X)


Ambrose Bierce fue un estadounidense atípico de profesión periodista. Siendo un hombre de más de 70 años se fue en 1913 a México en calidad de observador de la revolución.

Hay una carta fechada el 01.10.1913 donde deja escrito que si lo matan los revolucionarios para él representa una manera excelente de escaparse de la vida. Creía que un gringo en México bajo la supervisión de Pancho Villa era una suerte de eutanasia. Bierce en un Diccionario hecho por él define así el homicidio:

"Muerte de un ser humano por otro ser humano. Hay cuatro clases de homicidios: felón, excusable, justificable y encomiable, aunque al muerto no le importa si lo han incluido en una o en otra, la distinción es para uso de abogados".


Una dama economista de vestimenta sumamente seria, es entrevistada en un canal televisivo del interior de Venezuela. Como ella parte de la criteriología que su formación profesional y su profesión en sí, obliga a la persona que representa tal ciencia social, a lucir ante los micrófonos y ante las cámaras como alguien apegado a los datos y a las fórmulas precisas emanada de la Teoría, minimizando cualquier sentir humano básico, ante las preguntas que le fueron hechas por el periodista, las aprovechó para poner en escena su rigurosa criteriología.

Fue tanto su frialdad al omitir sus opiniones científico-técnicas acerca de la pobretería y miserabilidad de la vida socioeconómica venezolana, que el periodista se atrevió a suponer que estaba entrevistando no a alguien del mundo de todos los días, sino a un robot cerebral.

La última pregunta que el periodista se atrevió humildemente a hacer a tal Inteligencia Artificial de carne y de hueso, fue esta, fuera por completo del contexto económico: "Señora, ¿usted cree en Dios?"

La economista, cuyo contenido económico favorito es la econometría, le respondió que "Sí", acompañando la respuesta con una sonrisa seca que recordó al desierto de Sahara.

Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET


EL REAL DAÑADOR

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EL REAL DAÑADOR

"Sabemos muy bien cómo destruir una ciudad y cómo transportar información a bajo costo, pero todavía no tenemos ideas precisas sobre cómo conciliar el bienestar colectivo, el porvenir de los jóvenes, la superpoblación del mundo y la prolongación de la vida". 
UMBERTO ECO
 (extraído del enlace Psicología y mente, Xavier Molina, 02.08.2021).


Busqué, sin éxito, alguna referencia googleana que expusiera la temática de la toxicidad humana vinculada con nuestro modelo vigente de sociedad, o si se quiere, con el Modo de Vida instalado en su seno. Sólo hallé Toxicidad como fenómeno dañino de algunas sustancias sobre el organismo. Y lo que sí se escaparon del parámetro toxicológico corporal, son dos autores, versátiles ellos, que tocan con propiedad la temática, pero circunscrita al alma o al ego. Un autor -en este caso autora- es Antonina Canal, quien trabaja el Ego tóxico, y el otro es Alejandro Blanco, quien trabaja Tóxicos del alma.

Sin duda, estas dos personas, se remiten a la esfera en que se ha puesto el caso del toxicismo, o sea a la esfera de las particularidades personales. La literatura en torno al caso por lo general habla de Personas tóxicas y cómo librarse de ellas. Siendo así, el toxicismo se percibe como algo que cada quien debe enfrentar, ora escapándose de los seres tóxicos, ora precisando ayuda psicológica si es que nos hemos convencido o nos han convencido los demás, de que "arrastramos por este mundo" el descalabro de ser una entidad humana tóxica.


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Tratar de mirar la temática de la toxicidad humana dentro de Lo sociológico -sin abandonar para nada su traza psicológica-, por rigor se hace pertinente manejarnos con una idea de Sociedad. Mas habiendo tantas ideas, tantas definiciones de Sociedad como cientistas sociales hay, también se hace dificultoso depurar esa herramienta de análisis. Fíjese lo expresado por el argentino Hernán Casciari relativo a Lo social:

"Todo lo que sabemos sobre nosotros como sociedad es el resultado de compilar las mentiras que dicen los drogados y los aburridos".

En otras palabras, según Cascieri, las ideas de Lo social no exceden las sosas opiniones solipsistas. Es decir, las meras opiniones emergidas del exclusivista Yo.

Sin embargo, pese al desprestigio bien ganado del Yoísmo, hubo un sociólogo estadounidense de nombre Charles Horton Cooley, enseñante universitario de Sociología y Economía, quien atrevidamente tomó en cuenta al Yo en el propósito de explayar sus teorías. No únicamente entendió la Sociedad en calidad de fenómeno mental ("La sociedad existe en mi mente como el contacto y la influencia recíproca de ciertas ideas llamadas 'yo' "), sino que usando el constructo del "Yo espejo", explicó que la persona se va construyendo a sí misma en proporción directa a la visualización especular (espejística) que los otros humanos le sumistran. En este orden, y para testimoniar lo del "Yo espejo", traté a una señora que actuaba loquescamente debido a la opinión que sus familiares (papá, mamá y hermano mayor) le instalaron desde pequeña. Ni siquiera sus dos descendientes (hija e hijo) pudieron disminuirle el comportar loquesco. Más bien el comportar loquesco de ella influyó en la esquizofrenia potencial que la hija portaba -y porta- genéticamente.

Eso de que uno es la suma de las creencias de los demás respecto a uno, no es del todo una vaga elucubración. Tiene sustento sobre todo por la fragilidad con que los seres humanos arman el edificio de la personalidad. Y justo de la personalidades debilitadamente construidas, advienen a la vida social, las personalidades mete-miedo, conocidas con el calificativo (alegre) de tóxicas.

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Los rasgos destacados de alguien tóxico (subjetivo, narcisista, egológico...) son los mismos rasgos detentados por nuestra modalidad social, que configurada como sociedad general total, a través de sus exigencias societales propias de una Formación económico-productivista, extensa e intensamente desarrollada en lo material-tecnológico, le propone e impone al componente humano esquemas conductuales exacerbantes de la personalidad, de cara al éxito y a las distinciones prestigiosas radicales, y cada quien de ese componente, en atención a sus posibilidades reales de existir, podrá adecuarse en algún grado y manera a tales esquemas. Siendo así las exigencias, no todos podrán revestirse moderadamente para cumplirlas. Y aquellos seres endeblemente constituidos como personas, por deficiencias psicológicas y hasta psiquiátricas, se convertirán en tóxicos psíquicos, sostenidos por una insaciable hambre de reconocimientos, que los otros, separados de la realidad particular de ese alguien, no pueden darle.

Encontrarse con un ser tóxico, es estar frente a un aparato mental amalgamado de incompletudes, insatisfacciones, fobias, manías y filias que nadie desprovisto de herramientas técnico-científicas tendrá la capacidad de hacerle frente. Con el ser tóxico sólo tendrán la exclusividad de tolerarlo alguna madre repleta de amor interminable o alguna amistad con una alta indiferencia flemática hacia los rollos de los demás humanos. Pero lo desgraciado del punto es que "el real dañador" que no es más que modo material de vivir, basado en la competitividad por ser el número uno en todo o en casi todo, queda a salvo.

Finiquito esta entrega citando al analista social alemán Byung-Chul Han. Con lo citado muestro que sí hay quien dirija el dedo acusante en la dirección correcta. Por favor, lea:

"Quien fracasa en la sociedad neoliberal del rendimiento se hace responsable a sí mismo y se avergüenza, en lugar de poner en duda a la sociedad o al sistema".


Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET