El homo œconomicus y la profesionalidad

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El homo œconomicus y la profesionalidad

El homo œconomicus y la profesionalidad

"...el ser no es, sino que acaece..."

Martin Heidegger 

(citado por G. Vattimo en La sociedad transparente).

Dado el ahondamiento de la realidad económica en el alma humana, al extremo de que en muchas personas esa realidad se convierte en sus propias almas, no deja de hacerse oportuno detener el análisis, de cara a entendernos en nuestra ontología mediatizada, en el hecho de la profesionalidad, tomada como unos de los rasgos específicos del perfil psico-socio-económico del ser humano sometido a las leyes de la vida material.

Bajo la modalidad de la "sociedad técnica" las existencias humanas transcurren en sus necesarias búsquedas de certidumbres, depositando la confianza en la referencia del informe, del reporte o de la referencia calificada y experta, de los profesionales apoyados, a su vez, en la cientificidad y tecnicidad de sus conocimientos académicos. Así, en este contexto, habrá más confianza, se hará más creíble, alguien profesional, en la lógica de la sociedad técnica, mientras posea y muestre más Academia (más Maestrías, más Doctorados, más Post-doctorados). Todos estos apoyos prestados por la Academia, sin duda, configuran la imagen del profesional, pero no significa, per se profesionalidad (o profesionalismo). Ésta, para que se haga posible y tangible, no requiere necesariamente del factor académico, sino que su logro, no siempre suficiente, se halla asumiendo otros criterios de mayor espectro en su consecusión, rompiendo en gran medida la lógica de dicha forma de sociedad.

Es decir, tener una profesión, haber hecho una carrera universitaria, poder presentar un título académico de nivel superior, no significa profesionalidad. Es más, puede darse el fenómeno inverso. Puede darse -y esto se aprecia en la praxis médica, por ejemplo- que en la medida en que un profesional se respalde con un mayor haber de títulos y diplomas académicos, en esa misma medida, sus niveles de profesionalidad se reduzcan. En los países en que los expertos de economía, para seguir ejemplificando, están a la cabeza de las políticas macroeconómicas, esos países, por carecer dichos expertos de la cualidad de desempeñarse con profesionalismo, conducen a sus países a crisis estructurales de nefastas repercusiones históricas. Es muy adecuada la siguiente observación de Arthur Bloch (Ley de Murphy), para comprender los desmanes que hace la gente desde la altura de sus profesiones: "Un tonto en una alta posición es como un hombre en la cima de una montaña: todo le parece pequeño y él le parece pequeño a todos".

A todas éstas ¿cómo podemos desmontar el concepto de profesionalidad? Bueno, ya dimos el primer paso. La profesionalidad no es una cualidad adherida a la profesión. Otro aporte viene por el lado de los desempeños registrados en el enorme conjunto de las ejecuciones de las actividades productivas, sin importar en la detectación de los grados de profesionalidad, quienes las realizan. Si poseen o no, título académico. Detallemos. Pongamos por caso las unidades de investigación policial (detectives, perfiladores, agentes de élite) cuando están frente a una escena criminal, una de las primeras cosas que se preocupan en dejar claro, si el acto criminal (asesinato, asalto, secuestro, etc.) fue hecho por profesionales. Esto es, si los que hicieron las acciones actuaron profesionalmente. Otro tanto ocurre con las damas que se dedican económicamente al Trabajo sexual. Un cliente avezado en el menester de tratar con ese tipo de damas, se fijará en la profesionalidad que le demuestren. Una de las exigencias que se les exige a las trabajadoras sexuales, está en la no implicación sentimental. También ellas lo exigen. Si hubiera una de ellas que por debilidad en su oficio, violentara este precepto, y se enamorara de algún cliente, y por consiguiente, no cobrara su monto dinerario estipulado, estaría fallando a la profesionalidad. Falla que en ciertas oportunidades sí perpetran algunos profesionales de la conducta y de la mente, cuando se involucran emocional y afectivamente con algunos de sus pacientes, produciendo sucesos lamentables de alta envergadura dramática.

La persona desarrolla profesionalidad dependiendo de los grados con que es responsable (no sólo profesionalmente, sino administrativa y penalmente) de sus actos laborables. Un cirujano cardiovascular arriesgara parte de su estatus profesional y de su libertad como persona, cuando practica una operación a un paciente. Su desempeño profesional será tan meticuloso que no le puede dejar nada a la suerte o a la intervención milagrosa de (un) Dios. Montados sobre esta idea, ya llegamos al meollo del profesionalismo. Este es conseguible sólo en tanto se le reduzca la opción al realizador de la acción, las disculpas si el resultado final no es satisfactorio. Para mejor puntualizar este rasgo insoslayable del profesionalismo conductual, lea, por favor, esta visión que elaboró J.L. Mackie sobre la gente del bajo mundo (citado por Roberto de Michele en Los códigos de ética en las empresas):
"Pero tal vez los verdaderos maestros de filosofía moral sean los delincuentes y los ladrones, quienes, como dijo Locke, mantienen entre sí la confianza y las reglas de justicia, pero practican tales reglas por conveniencia sin las cuales no podrían actuar juntos, sin ninguna pretensión de recibirlas como reglas inmanentes de la naturaleza". O sea, que la objetividad, que el recurso de la profesionalidad, será materializada, si la exigencia que se le plantea al ser humano viene signada por las eficacias previstas. La gente del bajo mundo cuando va a cometer sus fechorías, supongamos asaltar un banco por una banda especializada en ese renglón, ninguno de los integrantes va a llegar tarde a la actividad, o va a dejar las armas que la banda le ha suministrado. Un error previo o durante la operación, le podría costar la vida a él y a sus cómplices.

Desde luego, en las esferas de la vida permitida, legal y mayoritaria, donde las personas no-delincuentes se desenvuelven en las labores sin que un fracaso o un error les represente la muerte o la cárcel, la profesionalidad se pretende por otros medios.
Al cumplirse en las empresas el proceso de Reclutamiento y selección de personal, este proceso será exitoso si tomó en cuenta, bajo rigores administrativo-gerenciales, las instrucciones técnicas de los cargos a ocupar. Por lo común, en la búsqueda de la excelencia profesionalizada, cada trabajador debe contemplar y ajustarse al perfil profesiográfico que los analistas y creadores de los cargos a ocupar, prescribieron. Y no únicamente las empresas con esta rigurosidad se garantizan en una aceptable proporción, el profesionalismo de su personal. También, siempre en la ruta de la excelencia organizacional, les toca contratar equipos free lance para que les realicen un proceso de Evaluación del desempeño a su personal periódicamente.
Así y solo así, el trabajador, al margen de su quehacer (como gerente, como supervisor, como personal de limpieza...) puede constituirse en un homo œconomicus corporativo. Esto es, en un Hombre espiritual/material que demuestra con objetividades su sentimiento de pertenencia, su solvencia y capacitación profesional a través de rendimientos reales sometidos constantemente a evaluaciones.

Huelga agregar que las causas por las cuales los equipos de gobierno de los países lejanos a los estándares del desarrollo económico-social, no pueden -aun queriéndolo- cumplir con los planes y los programas que aplican cuando ejercen el poder, se desprenden de la ausencia de prácticas evaluadoras, pues al estar condicionados por intereses políticos, stricto sensu excluyentes de cualquier severidad y exigencia supervisora, el componente humano (militantes y afectos), no se ve en el compromiso de rendir cuentas para ser evaluado. Antes, por el contrario, para cada incumplimiento comprobable, tiene ese componente humano, su respectiva excusa. Tanto es su tendencia al fracaso, que ahora los máximos líderes de los partidos en funciones de poder, estilan, al no ser una opción negar la realidad de sus fracasos económicos, sociales e institucionales, solicitar que se les perdone por los deslices de la pésima gestión gubernamental llevada a cabo. Desde luego, ellos hacen esto porque están totalmente convencidos de que no les pasará nada por lo reconocido y por lo confesado.

Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET 


EL BENEFICIO DE LA DUDA Y EL MAL

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EL BENEFICIO DE LA DUDA Y EL MAL

EL BENEFICIO DE LA DUDA Y EL MAL


"La paz comienza cuando dejamos de querer tener la razón". Carlos Fraga, La vida es hoy. Televen.



Decía quien introdujo a Harry Haller (El lobo estepario, obra de Hermann Hess):"Harry nunca buscaba tener la razón. Nunca disputaba la verdad. No hacía discusiones por imponerse. Muy propio esto de las verdaderas personas espirituales". ¡Claro! -pudiera decir alguien- Harry Haller sólo es un personaje de ficción. Y es cierto. Mas la pista emanada de su conducta, aparte de bosquejar lo posible en una espiritualidad mayor, también nos ofrece un modelo de actitud y comportamiento, aplicable en las ordinariedades de una ""vida real", signada por violentaciones al ego, generalmente endeble, de las personas insertas y determinadas en sus proyecciones particulares dentro de esa"vida real".

El ego se debilita (o no se fortalece) cuando se hace excesivo, cuando sobrepasa la línea de los procederes conductuales dialógicos, que por sus alcances comunicacionales, permiten el aumento cualitativo de la naturaleza cambiante y transformable del ser humano. 
"...el opuesto del ego excesivo es la humildad". (David Marcum-Steven Smith: Egonomic). Sin embargo, debido a las exigencias de las competitividades personales y profesionales de individuos inducidos prácticamente a imponerse ante los otros, la humildad muta en obstáculo en la consecusión de esa finalidad. Al no valorizarse como recurso ontológico, la humildad pasa al terreno de las cosas que hay que deslastrarse, si no queremos que nos tomen por material humano frágil y susceptible a permearse ante la avalancha egológica de los que compiten por imponerse.

Siendo así el asunto en el paraíso infernal de la competitividad, los seres humanos, por el rigor de la lógica que se incrusta en la mitad de las interrelaciones, actuarán, o propenderán a actuar, a la defensiva. Se pertrecharán con los escudos contrarios a la mal vista humildad, e indefectiblemente lo que era una necesaria defensiva, resguardo y apoyo en un inicio, según se arrecie la competitividad con los demás, emerge la desconfianza, factor radical incompatible con el principio de lo que se conoce como el beneficio de la duda. 

Como principio, el beneficio de la duda puede ubicarse en los parámetros rígidos de los sistemas judiciales, los cuales manejan la "duda razonable" para emitir fallos en sus sentencias condenatorias, sosteniéndose en la idea del derecho romano expresada en estos términos: " *In* *dubio* *pro* *reo* "(en caso de duda se favorece al imputado, al reo). O sea, que cuando estamos hablando de beneficio de la duda, es la duda razonable con la que debemos beneficiar a aquel a quien le recae una carga, una acusación.

Llevando a una visión amplia el principio, se hace muy útil en las prácticas sociales si sabemos aplicarlo, puesto que nos permite no irnos de bruces con nuestra opinión acusadora, ante la primera impresión de un alguien o de un hecho. 

Si los colectivos humanos extremados en sus posiciones políticas e ideológicas, hubieran recibido en sus hogares, en sus centros educativos, en sus espacios sociabilizadores inmediatos, el valor del beneficio de la duda, de aprender a dudar un poco o mucho, de sí mismo, de desconfiar de las opiniones apriorísticas, generadas sobre todo por prejuicios y lugares comunes acomodaticios, otras bastante distintas, serían sus actitudes y desenvolturas para con los que irreflexivamente atacan.



Con lo hasta ahora dicho, el Mal ha sido referido indirectamente en el entendido de haber tocado privaciones determinadas del Ser sometido a la opción de extremarse. Refirámoslo en directo, sin la pretensión, confieso, de hacerles un tratado. Ni quiero ni puedo.


No importa el vocablo utilizado en nombrarlo (espíritu maligno, neoliberalismo salvaje, fascismo, nacionalsocialismo, terrorismo, autoritarismo de Estado, socialcomunismo...), lo importante pasa por la perspicacia de identificarlo en su transparencia. Transparencia significa en este caso, que aunque lo pongamos en escena el Mal, no nos permite visualizarlo, pues sólo veremos, como todo lo que es transparente (ejemplos: el cristal de los anteojos, el parabrisas del auto, los vidrios de los ventanales...), lo que lo transparente nos permite ver (sugiero leer La transparencia del mal de Jean Baudrillard).


Hay Mal, sospecharemos de su presencia, en tanto haya alguien (un líder, un partido) que desde el discurso incite, por un lado, a radicalizar a sus receptores. Por otro lado, que desde ese mismo discurso radicalizador (de la ideología, de las acciones, de las políticas) estimule a sus receptores a ubicar lo malo, o el extremo mal, en aquellos que no estén de acuerdo con la propuesta que en el discurso se haga. En otras palabras, estaremos frente al Mal en la medida y en el grado en que se nos llame a hacer un bien combatiendo (y exterminando) a un contrario donde residen cantidades muy grandes de algo malo, de algo que debe desaparecer de la superficie y del horizonte.


Baudrillard en el libro sugerido, aporta: "El Bien consiste en una dialéctica del Bien y el Mal. El Mal consiste en la negación de esa dialéctica... Mientras que el Bien supone la complicidad dialéctica del mal, el Mal se basa en sí mismo...".



O sea, que el Mal es una unilateralidad en perspectiva. Una suerte de semi-tapadera visual impedidora de que se perciba que está más allá de lo que está cerquita. Entre tanto, la gente opuesta a esa forma excluyente de asumir las cosas, por la absolutidad de un planteamiento, le toca, no tiene otra, asumir principios ampliadores y expansivos de la naturaleza humana mejorable. Y dentro de esos principios, se localiza el beneficio de la duda, que como ya fue asomado, permite la suposición de que es posible que seamos nosotros los equivocados. De que probablemente sea la otra persona la que esté en lo cierto. De esa manera, y sólo de esa manera, nos estaremos dando la oportunidad de aceptarnos en la honestidad de que estamos viviendo en un proceso evolutivo irreversible.

Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET 

MECÁNICA OPERATIVA DE LA PROBLEMÁTICA SOCIAL.

MECÁNICA OPERATIVA DE LA PROBLEMÁTICA SOCIAL.

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MECÁNICA OPERATIVA DE LA PROBLEMÁTICA SOCIAL.

MECÁNICA OPERATIVA DE LA PROBLEMÁTICA SOCIAL


"Queremos algo que ahora no tenemos, desarrollamos estrategias para protegernos, y de este modo no solo engañamos a los otros, sino también a nosotros mismos". 

Philippe Rothlin-Peter Werder (Boreout. Recupera la motivación).


Hay ejemplos de circularidades, de repeticiones de lo mismo, en los que el "eterno retorno" (nietzscheano) se refigura bajo el influjo de la repetitividad, en "eternos comienzos", haciendo que los sujetos que retornan a lo mismo, agarren nuevos bríos para empujarse de nuevo a hacer, infinitamente lo que ya hicieron.

De los ejemplos puedo tomar al mitológico Sísifo, descendiente de Prometeo y padre de Odiseo. Habiendo demostrado a los dioses y a los hombres su superior astucia (robaba y nadie lo podía robar, pudo encadenar la muerte (Tánato) para que no matara y burlar a Hades, saliendo muerto de los infiernos, etc), Zeus lo castigó haciéndolo subir eternamente una gran roca que jamás subía, a una elevada montaña. Castigo sólo conseguible porque, aunque siendo astuto, no percibía ni constataba a lo largo de la cuesta, si llevaba o no llevaba la roca. Independiente a eso, el sufrimiento por cargar a cuestas un objeto -imaginario o real- Sísifo lo sufría por igual. 

Hay también el ejemplo de los "Monos de Kipling" (Rudyard kipling, autor de El libro de la selva y de Kim). Estos monos, se relata, que ellos querían organizarse, elegir un Jefe y redactar leyes para vivir mejor, pero cuando iban a comenzar a hacerlo, todo, de un momento a otro, se les olvidaba y retornaban a sus vidas de monos.

En esa misma búsqueda de hacernos ver las repetitividades con las cuales en algún grado y en alguna forma, nos reproducimos (en vicios, en prejuicios, en fanatismos, etc), encontramos a autores de la talla de Frank Kafka (El proceso), de Gabriel García Márquez (Cien años de soledad), de Juan Rulfo (Pedro Páramo) y de Milan Kundera (El libro de la risa y el olvido), para sólo nombrar algunos. En sus narrativas ellos exponen esa tendencia casi meta-real, casi propio de un más allá humano, de reiterar situaciones y entornos en los que las cosas materiales y espirituales, alejadas del tiempo expansivo, se concentran en moldes temporales restrictivos, impedidores de acciones con las que se pueda vencer el circuito pétreo de moverse en lo idéntico, siendo ahí, en la restricción, el hoy una reproducción exacta del ayer, bajo la sensación surrealista de estar viviendo un presente perpetuo que engatusa a reiniciarse nuevamente .

Comentaba el alegre Kiko (Kiko Bautista en su programa televisivo Kikosis, 5/11 19): "Ni la derecha ni la izquierda latinoamericana le han resuelto los problemas a la gente". Y no han resuelto nada, ni lo resolvieron, debido a que los sempiternos problemas que sirven de marco caracterizante a los países de la región (populismo, alto costo de la vida, inseguridad, desempleos, corrupciones administrativas, sistemas educativos ajenos a los retos científicos, mesianismos...) terminaron siendo a la larga, los componentes funcionales que precisan las clases gobernantes (llamadas ahora "las derechas" y "las izquierdas" en la simplificación de sus prácticas demagógicas) para el mantenimiento reproductivo de sus respectivas cuotas de poder, poder vinculado, desde luego, a los tentáculos supranacionales de los poderes mundiales imperantes.

En Venezuela, para ilustrar un caso, ninguna de las administraciones habidas en la era post-Pérez Jiménez, pudieron resolver el asunto de los huecos en las carreteras y en las vías urbanas. Todo el dineral consumido en esos gastos infraestructurales muy poco ha servido, pues los huecos y agrietaciones viales a escasos meses (a veces semanas) de ser reparados van apareciendo otra vez. No hubo, y quizá no haya, ningún equipo técnico capaz de evaluar la calidad del material pavimentado, cuestión que al ser echado la carpeta nueva, ésta sí garantizará la máxima duración conseguible. Es tan mal preparado la mezcla de cemento a nivel nacional, que la mayoría de los edificios le crecen hierbas y planticas en las azoteas, amen de las calles y avenidas. Pongo este caso tan elemental para poder hacer esta interrogación: ¿Si una gente en situación de gobernante durante tantos años no pudieron enfrentarse con éxito al reparo de las vías, cómo podrán enfrentar con éxito problemáticas de mayor envergadura como son los casos de una inflación con ribetes descomunales o sacar de la quiebra un complejo productor de petróleo como es PDVSA?

Y así como Venezuela pudo hallar la fórmula mágica para insertarse en pleno a los ultra-falsos metafísicos de los eternos retornos y de los consiguientes eternos comienzos, el resto de los países parecidos a Venezuela -ojalá haya excepciones- de alguna manera u otra, igual han conseguido sus fórmulas mágicas que los sostienen, en el mejor de los casos, en el mismo punto de partida. Al punto que sí en los años 50', buscando una fecha bien atrás, calificaban como "países subdesarrollados y tercermundistas, aún, bastante adentrado el siglo XXI, se les puede llamar con esas denominaciones socioeconómicas. Es más, muchos de estos países incursionaron en el siglo anterior inmediato transcurridas décadas del siglo. Venezuela, por virtud del boom petrolero, dijo "presente" en el siglo XX a mediado de la década de los años 20'. Y debido a la quiebra de PDVSA, la producción de la estatal se parece a lo producido en los años medios de la década de los 40' de ese siglo.

Hay muchos teóricos e investigadores preocupados por la suerte de los países imposibilitados para el despegue material-productivista a causa de que son gobernados por políticos que en tanto seres humanos, económica, administrativa y gerenciológicamente no están aptos para poner a sus gobernados, quizá por lástima hacia ellos o quizá por vivir a expensas de ellos (o probablemente por ambas razones y eso les genera trastornos existenciales) de frente a los retos que la civilización científico-técnica le impone a las naciones en general y a las unidades familiares en particular. 

Uno de estos teóricos es el argentino Andrés Oppenheimer, quien en una emisión del programa que le pasa CNN los domingos, trató el tema de las exuberantes diferencias entre los "Países de punta" y los "Países atrasados". Oppenheimer se va a los cimientos con que es construido el rascacielos de las miserabilidad latinoamericana. Es decir, toca el proceso educacional. El teórico esto dijo -y con la cita finiquito esta entrega-:
"En América Latina no hemos terminado de entender que estamos en la "economía del conocimiento", donde el trabajo mental vale cada vez más y el trabajo manual y las materias primas valen cada vez menos. En América Latina la calidad educativa se está quedando cada vez más atrás. Mientras los países asiáticos - puso él por caso-están obsesionados por la méritocracia y el futuro, en América Latina estamos obsesionados por la ideología y el pasado".

Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET 


LA LARGA SOMBRA DE LA OBVIEDAD

LA LARGA SOMBRA DE LA OBVIEDAD

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LA LARGA SOMBRA DE LA OBVIEDAD


"...en una red es tan fácil conectarse como desconectarse...".

Zygmunt Bauman. Modernidad y ambivalencia.

obviar es una cosa y otra es obvio. 



Cuando alguien usa la expresión ¡ *obvio*!, aunque toca el sentido de lo entendido por obvio, lo acerca, dentro del episodio del Habla, al uso del vocablo *perogrullada*. Tanto obvio como perogrullada tienen, al ser incluidos en la práctica comunicatoria, una elevada carga de despección, de desdén ante lo que se supone es algo obvio o una perogrullada. Perogrullada se usa a veces acompañada con la palabra "verdad " ("verdad de perogrullo") para más enfatizar la descalificación que merece eso a lo que se le endilga el vocablo. Debido a ello los hablantes se cuidan de introducir nimiedades de perogrullo, mientras que hoy, de repente, a cualquier hablante dentro de un cuadro de cierta confianza, se le puede decir, puesto que obedece a cierta moda en el lenguaje, ¡obvio!, y no siente que se le ofende o se le demerita, lo hablado, tanto como con perogrullo. Tan demasiado se usa ¡obvio! que cada vez pierde su valor significatorio originario, y pasa a ser tomada la expresión en calidad de muletilla o de salida lingüística impertinente.

Como dejé dicho, una cosa es obviar y otra es obvio. Pese a tener la misma raíz, cada uno de los dos términos, se orientó a dos campos semánticos bastantes alejados uno del otro, no obstante se les puede usar incorrectamente al emplearlos en las hablas particulares.

*Obviar* está en el orden del evitar, del alejarse y del apartar. Obviar un asunto, por ejemplo, es no tomarlo en cuenta, es evitarlo por alguna razón. Si alguien se siente obviado, en la acepción que estamos refiriendo, significa que está siendo ignorado. En este orden, para la gente sociable, resulta demasiado pesado, verse obviado por otros. De ahí el cuidado de cometer "errores de obviedad" ante un amigo o ante un grupo socialmente importante.

Con todo, la obviedad, su problemática inherente, no se queda ahí en lo comunicado. Su sombra alcanza al ser humano y a sus comportamientos extremos. Pongamos un ejemplo de comportamiento extremadamente obvio. Busquemos un perro que le ladra desde su verja enrejada a quienes caminando le pasan enfrente. El perro cada vez que ve un transeúnte, furibundo le ladra. Que si pudiera salir del enrejado, el pobre transeúnte se vería en apuros con ese animal obviamente disgustado por haberle pasado él enfrente de la verja.  Igual sucede con un conductor que se enfurece con algún otro conductor que le hizo una maniobra con su automóvil y que no le gustó. Desde la ventana de su auto le lanza improperios (le "ladra") mostrando con el comportamiento verbal que se obvió, que no pudo procesar inteligentemente el error del otro conductor.

Así que cada vez que usted vea gente peleando de algún modo, reclamando altisonantemente a otro(s) en cualquier sitio, acabando vidrieras, quemando carros, llorar o gritar sin importarle o ver lo que está haciendo, usted, repito, tiene ante sus ojos gente que se obvia, que se hace obvia, como el perro del ejemplo, habida cuenta de que no está en la competencia psicológica y moral de limitarse en sus obviedades.

Obviar, lograr, pues, que alguien o muchos se obvie(n), constituye un ejercicio de influencia de algún Líder o de alguna medida política o económica de algún gobierno, que posibilitan el "obviamiento" propio de organismos salidos de control.

Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET