HUIR DEL OASIS DE LA POBREZA
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HUIR DEL OASIS DE LA POBREZA
"Pobre del pobre que vive soñando un cielo".
(Fragmento de una canción de Fernando Villalona).
Cuando alguien se retira de una empresa (o de un país) en donde no gozaba de buena remuneración económica por la prestación de sus labores, entre otras precariedades, no debe creer ni decir(se) que renunció. Nada más lejos. Renunciamos a lo estimado bueno, a lo considerado una alternativa excelente. Ante eso, el sujeto establece la renuncia obedeciendo al rigor del principio de oportunidad (o costo de oportunidad). Empero, la renuncia no ha lugar si se trata de algo que no vale la pena. A veces, en situaciones sentimentales, ocurre otro tanto. Si la persona a la que valorizamos, respetamos y amamos, debemos, obedeciendo a causales poderosas, dejarla, ahí también aplica perfectamente el término renuncia. Si en cambio decidimos dejar a alguien porque es un ser bochornable e invivible, sin duda no estaríamos renunciando a ella ni a nada de ella. En ese caso, por el contrario, estaríamos huyéndole, como huyen, sin mirar atrás, contingentes humanos de esos países acunadores de conflictos insalvables. Igual ocurre con algún miembro de esas familias disfuncionales, quien cansado de los pleitos entre sus integrantes, se marcha una buena mañanita, sin despedirse de nadie, para no volver jamás a convivir con semejantes seres humanos que por esas cosas del destino, son sus familiares.
Querer escapar de un oasis, de un paraíso, de un sitio gobernado por lo real-maravilloso (realismo-mágico), es muy difícil de aceptar de primera mano. Sin embargo la acción escapista o la necesidad de huir de sitios paradisíacos, se hace perentoria si alguien dentro de ese contexto descubre -o va descubriendo- que permanecer en el supuesto oasis tiene un costo de oportunidad muy alto si se quedara.
Específico. Supongamos un país-oásico (o paradisíaco). Supongamos que ese país reúne tal rango porque la mayoría humana preponderante no respeta las señales de tránsito, la informalidad en las actividades es notoria, la evasión de impuestos es tolerada, el sistema de justicia garantiza en más del 50% la impunidad, etc., Una persona que quisiera aprovechar su existencia terrenal brindándose una oportunidad real de ser ciudadano (con deberes y derechos bien estatuidos), preferiría, en pos del objetivo, ir a vivir en el infierno de las leyes de un país serio a quedarse en el bochinchismo civil del paraíso de semejante país. En esa visión ética el animador venezolano Raúl González Reyes en entrevista con Shirley Varnagi (Ven plus, 15/12/19) confesó que la idea de irse de Venezuela le vino cuando en 1992 vio la imagen televisiva de una tanqueta militar destruyendo un portón para entrar. Esa imagen -confesó el animador residenciado en Miami- le trastocó su escalas de valores morales. De ahí arrancó para donde ahora es un ciudadano. Lavó hasta baños en su experiencia primera en su nuevo país -contó-, mas la imagen de libertinaje absoluto de la irrespetuosa tanqueta, le impedía regresar.
Me falta concretar la idea básica de este planteamiento. Concretar el porqué la pobreza es un oasis. O si se prefiere, un estado mental paradisíaco. Déjeme decirle que lo contrario no sólo también lo es, además colinda con lo orgiástico.
En el marco de las excusas sobresale con mucho este leitmotiv: "Es que yo soy pobre". Cuántas veces no hemos oído que alguna persona se autodefiende previamente para no hacer tal o cual cuestión porque antepone ante la acción que debiera efectuar su condición de pobre. Aparte de ser excusa se convierte en una especie de suprarazón, puesto que el sujeto utilizador del recurso mental "es que yo soy pobre", quisiera ser entendido y justificado de la misma forma como él lo hace. Si no ocurre eso, se siente incomprendido. La gente que lo oye y lo trata, para no verlo tan mal, termina dándole la razón. La pobreza para él se le convierte en su escudo pétreo para que nadie lo moleste en el paraíso excusológico en el cual vive y muere.
Es muy común en el mundillo estudiantil, los estudiantes que se privan de una cantidad de obligaciones (contactarse con los libros, participar en seminarios, intervenir en clases...) porque la pobreza en tanto valor útil (útil para ellos solos, ¡claro!), les impide acceder a la esfera humana de aumentarse cualitativamente como personas.
Extraer una persona del oasis mental en que se extasía, de verdad es una tarea idiota. El oasis de pobreza íntimo con el que una persona conforta su existencia, sobremanera resulta dificilísimo desbaratar. Son muy pocos aquellos que pueden influir en el propósito de hacerle notar al poseedor de ese substrato psíquico, de que es obligatorio en el avance humano, hacerle la lucha contraria. Y que esa lucha - una lucha de cara a la muerte o a la vida- nada más la puede librar la persona misma desde ella misma, siempre y cuando capte el proceso imbecilizador que experimentará mientras siga siendo el huésped especial del oasis aniquilador alojado en el sistema de su mente.
Enseguida haré varias puntualizaciones en la búsqueda de lograr la máxima inteligibilidad en las consideraciones manejadas.
La noción acerca de la pobreza varía relativizadamente según se le destaquen sus rasgos fundamentales. En arreglo a buscar un rasgo definidor del tema del pobre y de sus oasis mentales alternativos de los cuales se niega a huir por la comodidad (no necesitar pensar y resolver) que la pobreza le asegura, se podría aseverar que un país, una unidad familiar o un sujeto individual, actúa bajo la férula de la pobredumbre en la medida que no genera ni despliega ideas, estrategias y procesos para aprovechar los recursos de algún tipo que pudiera, si no actuara pobremente, tener a su disposición. Así, no todos podemos ser pobres. Para calificar en ese rango se hace imprescindible tener (tener dinero, dotes, ingresos monetarios...). Un mendigo callejero en esta visualización no se le puede estimar como pobre (grandes guías espirituales y grandes filósofos del cinismo practicaron la mendicidad sin ser pobres). El mendigo entraría en el rango, si de repente, imaginemos, hereda una fortuna e ignorándole la oportunidad de invertirla y ampliarla en alguna escala económica reproductiva, la dilapida por ahí sin son ni ton. Cuánta gente no hay que en la villa terrestre que pese a sus altos ingresos económicos, al paso de los años uno ve que continúan padeciendo, o mejor, gozando, de la misma miseria almática de siempre. Ni sus vocabularios, ni sus hábitos alimenticios, ni sus gustos musicales, etc. registran la más mínima evolución en lo cultural, en lo estético y en lo intelectual. El gran psicólogo clínico venezolano Manuel Barroso, (en su libro Autoestima. Ecología o catástrofe) en la década de los 90', denominó a tan curioso fenómeno como "marginalidad mental". Atrapadas en esta tramoya prodigiosa de imposibilitismos marginales de los aparatos mentales, muchas naciones de los últimos mundos socioeconómicos, transcurren sus existencias patrias repletas de carencias, no obstante teniendo ingentes probabilidades de vivir mejor si decidieran emigrar del oasis en que sus mentes cómodamente dormitan.
Se ha hecho menester referir la Biblia hablando de pobrezas y riquezas, en los entornos de un planeta tomado como emporio benéfico para cualquier actividad productiva, haciendo que la riqueza y la pobreza se perciban en el orden de lo asombroso por contraponerse a lo benéfico del planeta.
Ya la demagogia político-partidista populista le echó mano a los pasajes bíblicos en pos de sublimar la condición del pobre, donde se presenta a Dios como un Dios de pobres. Donde los pobres heredarán la tierra y los "pobres ricos" serán excluidos, por servir al dinero, del Reino Divino. Sin embargo, en esa misma Biblia -que sirve para todo- nos obsequia citas contrarias a esas apreciaciones pro-pobrezas. ¿Ejemplos? Sí, sí hay. Hay en el Nuevo y Viejo testamentos citas en que la gente que tiene riquezas no queda tan mal parada. Veamos.
En Génesis (13:2) Abram (luego se le llama Abraham) es descrito en calidad no de "rico" sino de "riquísimo en ganado, en oro y plata". Es más. En muchos versículos del Antiguo Testamento leemos como el Dios de Israel habla con hombres pudientes, indicándoles las formas de administrar sus propiedades y de cómo tratar y liberar a sus siervos y criados. En el Nuevo Testamento leemos en Juan (tercera epístola): "Amado, yo deseo que tú seas próspero en todas las cosas". Esta noción se ratifica en el Apocalipsis (21:7). Allí leemos: "El que venciere, poseerá todas las cosas". Max Weber en su libro sociológico Ética protestante y espíritu del capitalismo, siguiéndole la pista al fenómeno de los bienestares derivados de la riqueza, arguye que la diferencia entre las sectas protestantes y los no-protestantes, radica en la concepción del acto de trabajar. Para un protestante el trabajo, el éxito emanado de él, significa la aprobación de Dios. Que mientras mejor le vaya trabajando más Dios lo acompañará. Letras de canciones hechas en América Latina para el consumo interno de los latinoamericanos en cambio, son adversas a esta concepción del trabajo de los cultos protestantes. Pongamos tres versos para captar la diferencia: "Arrastrar la larga cadena. Trabajar sin tregua y sin fin. Es lo mismo que una condena que ninguno puede eludir" (La canción del trabajo). "A mí me llaman el negrito del Batey porque el trabajo para mi es un enemigo. El trabajo se lo dejo todo al buey por el trabajo lo hizo Dios como castigo" (El negrito del Batey) y "Si yo fuera rico no tendría que trabajar" (bis de la versión castellana del Violinista sobre el tejado).
Científicamente el concepto pobreza está constelado por aristas variopintas, de las que sobresalen aquellas que ponen el foco en lo ético y lo psicológico. O sea, que lo actitudinal asumido y lo comportamental observable, constituyen las referencias objetivas con las que mejor se hace constatable el complejo asunto de la pobreza. Esta apreciación delimita el asunto no tanto a las condiciones socioeconómicas trabajadas por las ciencias sociales. Éstas suelen abordar el fenómeno de marras por la vía del establecimiento del constructo operativo denominado "líneas de pobreza" (o recursos metodológicos afines) que le sirve a los cientistas sociales para describir y situar a los pobres según se acerquen o se alejen de las líneas de pobreza preestablecidas por ellos. Pero en el espectro de las ciencias de la conducta hallamos referentes de más amplia envergadura, habida cuenta de que tocan aspectos implicadores de variables que con más cabalidad cubren la explicación del fenómeno.
La pobreza, por encima de cualquier conjetura o hipótesis, es una fiel expresión de que hay un Poder instalado bajo el carácter de status quo que la origina y la reitera psico-socio-económicamente. Y para garantizarse la influencia dominante sobre los pobres, el Poder instalado necesita controlar no tanto el alma y el cuerpo de la gente carente (de algo o de todo), sino -y en este renglón se juega su suerte en la historia de su Poder- el control (y la consiguiente manipulación) de sus conductas (mentales, verbales y comportamentales).
Vista la pobreza operativamente no tanto como una condición surgida de la estructura económica y de las relaciones de producción que en esa estructura se cumplen, sino como una actitud y conducta proclives a hacerla tangible, se hace más fácil, más sencillada, su explicación comprensiva y sus posibles abordajes en vías de enfrentarla solucionarla.
El precepto "No basta con ser rico. Además hay que comportarse como rico" es trasladable al ser y a la conducta de los pobres. Leamos la meticulosa observación de Karl Marx (en Contribución a la crítica de la economía política): "El hambre es hambre, pero el hambre que se satisface con carne cocida, comida con cuchillo y tenedor, es un hambre muy distinta de la del que devora carne cruda con ayuda de manos, uñas y dientes". En una hambre alguien acusa una conducta no de pobre. Entre tanto la otra hambre se sacia en la cuadricula de la carencia que empobrece a quien devora el alimento. En una saciedad hay reglas, determinado preorden respetable. En otra el hambre, el comer, se realiza en la esplendidez herbolaria -casi hiperbórea- de seres propios de los paraísos en donde, como hemos sostenido, se hace lo que viene en gana. Si uno de los dos hambrientos necesitara, de suyo, no lucir pobre (con mentalidad de náufrago), aun fuese mucha su premura de comer, esperaría buscar los cubiertos. Mas como es pobre, la comodidad mental en la que se desenvuelve roñosamente, le ha impedido hacerse de utensilios propicios. Y cada vez que come, come como pobre por ser un huésped plácido de la burbuja paradisíaca de la que jamás, en tanto se reproduzca en la pobreza, podrá renunciar.
Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET
Magíster en Gerencia UNET