LA TENDENCIA INOCULTABLE
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LA TENDENCIA INOCULTABLE
1: "El mal no es nunca 'radical'... y carece de toda profundidad y de cualquier dimensión demoníaca. Eso es la 'banalidad' del mal".
HANNAH ARENDT, filósofa (1901-1975).
2: "El imperativo de autorealización convierte cada ciudadano en publicista de sí mismo. Las buenas acciones se truecan por exhibicionismo. La banalidad del bien pone énfasis en la palabra y trivializa la acción".
JORGE FREIRE, filósofo (aún viviente).
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El sostén de todo Poder, desde el Poder emanado del Poder político-proselitista hasta el Poder ejercido por los "líderes negativos" (pranes, capos, padrinos mafiosos...), se da en tanto aquellos quienes lo reciben, no sólo estén ideológicamente situados en la banalidad. Se hace necesario también que no perciban la banalidad que los tapia. Es necesario que no lo perciban porque la banalidad o el banalismo no constituye para nadie -quizá haya excepciones- una valoración dignificante. Ante, por el contrario, la gente inserta en la jurisdicción de las banalidades, repudia caer en lo banal, sin sospechar jamás que el asunto en serio sería salir de esa jurisdicción. Salir, incluso, bajo la figura de escapado, porque la banalidad se puede asemejar a una modalidad de reclusorio donde los seres humanos fabrican con esmero sus pequeñas celdas de confort, las cuales al quedar develadas comienzan a mortificar a la persona que captó la celda en donde ("feliz") estaba recluida.
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Para decodificar en algún grado y en algún sentido el fenómeno almático-psíquico de la banalidad -no digo "banalidad humana" evitando la redundancia- no debemos tener al fenómeno hermanado con esa otra expresión del alma llamada "guasa" (guachafa, bochinche).
El exitoso novelista Carlos Ruiz Zafón (1964-2020), autor, entre otras obras, de El prisionero del cielo, basándose en el supuesto de que el bochinchismo va de la mano con el banalismo, hace esta aducta descripción (tomada del portal Mundifrases):
"Este mundo no se morirá de una bomba atómica... Se morirá de banalidad, haciendo un chiste de todo".
Desde luego el novelista citado se aproxima grandemente al meollo de lo banal, habida cuenta de que las gentes trivializan sus realidades sociopolíticas antagónicas a ellas (a las gentes), haciendo chistes y burlas con la ingenua búsqueda de drenar el sufrir de sus angustiadas almas. pero el banalismo va más allá del bochinche y de los retozones. El banal está en el sitio menos esperado. El genuino banal, el auténtico superfluo, lo hallamos en el esplendor de su insustancialidad, en el terreno del deber y del buen hacer. Me explico enseguida.
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El hombre (mujer/varón) se autoexpulsa del paraíso por caer en la nimiedad de que él ya sabía lo que era bueno y lo que era malo.
Ingresa al mundo en calidad de idiota, creyendo que las cosas aparte de buenas y malas, además eran feas y bonitas, enaltecientes y vergonzosas. En el paraíso no se ruburizaba viéndose desnudo. Sale del paraíso arrastrando la soberana sosez de que sus partes corporales se dividían en públicas y privada. Así, dentro del paquete de las dualidades adversas entre sí, se fue formando y fue formando a las generaciones posteriores, ajeno banalmente de las consecuencias castradoras del dualismo (maniqueísmo) inventado, por carecer de alguna profundidad filosófica y sobre todo por tener ausente en el sistema de su mente, cierta noción de totalidad cognitiva proveniente de alguna actividad científica que lo emancipara de la ficción del bien y del mal. Tan contundente le resultó al hombre tal distinción que aún los hombres actuales en la necesidad banalística de proseguir en sus autoengaños, se descalifican y se matan entre sí por defender el "bien" que han inventado para imponérselo a los otros. Esa división entre buenos y malos, entre imperios del bien e imperios del mal, prosigue independientemente si el líder proselitista que blande la bandera moral de la división pertenece a un país estimado desarrollado, o a un país estimado atrasado. En ambas ocasiones la ficción del bien y del mal logra su cometido: que unos se vean malos y otros se sientan buenos.
Dicho lo anterior en palabras más directas, los hombres se hacen fundamentalistas para disfrazar como virtud el elemental banalismo con que perpetran sus operaciones sociales.
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Por último.
La banalidad se hace una constante de las acciones operatorias humanas desde el mismo momento en que el mal es ejecutado por gente buena. Si "vivimos en un mundo habitado por gente buena que hace, sin darse cuenta, el mal", no se exagera si se afirma que aparte de ejecutarse a diario, pues a diario la gente sale todos los días con el ánimo de hacer su buena acción, el mal, en su condición de resultado indirecto o directo del bien, está inserto como una normalidad más del paisaje panorámico de la vida del mundo.
La vacualidad del mal se incrusta en la vida vista en tiempo real-físico o en en tiempo real-digital. Las acciones de destrozos de la guerra, de las desigualdades socioeconómicas, por ejemplo, no son realizadas desde las psiquis inteligente y consciente de almas perversas. No. Esas acciones que se presencian en las pantallas o en la realidad física palpable, son llevadas a cabo envueltas en la regulación de las intenciones consensuales socialmente y programadas burocráticamente, y aquellas personas designadas para ponerlas en escena, con mucho decoro y con mucha lealtad (a Dios, a la patria, al partido...) las cumplen de manera acrítica y sin ninguna señal de remordimiento, bajo la rigurosa suposición que están haciendo un bien.
Tal vez hastiado de los santurrones fundamentalistas, tal vez mirando hastiado los gestos amorosos hacia las personas humildes de los buscadores de votos en las elecciones de cargos públicos ante las cámaras de televisión, Billy Wilder, director de cine, fallecido en 2002, se atrevió a escribir esta sentencia:
"A toda buena acción le llega su justo castigo".
Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET