REFLEXIVAS III

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REFLEXIVAS III

Observando una y otra vez por los canales televisivos especializados en el asunto de sobrevivencia de los animales terrestres, no podemos más que inferir, entre varias referencias, claro, que cada vez que nace un ser, a la par nace (o ha nacido) otro ser, quien se encargará de devorarlo. Para el descomunal escritor español Felipe Benítez Reyes, el asunto de la devoración (depredación) entre el stok (surtido) de animales terrestres, no se debe sino a la administración y suministro de la energía del miedo básico necesario en la vida del planeta. Lea, por favor, lo escrito por Benítez Reyes:

"Y es que la Naturaleza necesita suministrar de manera armoniosa el miedo, ya que sin miedo todos seríamos dioses […] . Y la Naturaleza no soporta a los dioses.

"Por ejemplo, ¿cuál es la misión que cumplen en el universo los perros? Hacer que los gatos dispongan de una buena ración de pánico latente: la amenaza eterna de unas fauces salivosas que podrían triturarles el espinazo. ¿Cuál es la función de los gatos? Igualmente sencillo: modelar el carácter huidizo de los ratones. ¿Cuál es la función de los ratones? Muy simple también: los ratones resultan fundamentales para colaborar en el proceso de destrucción de nuestro mundo, a) royendo papiros egipcios, cartas de amor,... ropas de difuntos; b) construyendo sus guaridas subterráneas, c) satisfaciendo su avidez roedora en las hemerotecas, en los almacenes industriales...". El escritor concluye su reflexión con esto: "Todos cumplimos una misión concreta en el caos armonioso del universo". 

Uno de los más grandes amores que todas las generaciones humanas han tenido, es el amor por la Madre Tierra. Pero los seres humanos amando -e inclusive, odiando- son altamente deficientes. Deficientes amando porque parten de la idea ambigua de que el amor es un sentimiento, y nunca se paran a asumir que amar es una capacidad. Y en esa perspectiva hay gente incapacitada para amar -y a veces, hasta para odiar. Y como esa capacidad, o está mal desarrollada, o está deficientemente aplicada, resulta que el "amor por la tierra", como el "amor a Dios" o el "amor por sí mismo" más bien es una calamidad. He oído a algún crío diciéndole a su progenitora: "Mamá no me quiera tanto". Bajo la oscuridad de los amores humanos, han habido y seguirán habiendo, amantes que extraen del mundo de los vivos a sus amadas sólo porque las aman demasiado y no soportan la idea de verse sin ellas. Así las cosas, el "amor por la tierra" es más un peligro que un acierto para la propia humanidad que la ama. Leamos lo expresado por el oceanógrafo uruguayo Aramis Latchinian acerca de la "buena voluntad de salvar al planeta", derivada, desde luego, del amor por el planeta:

"La historia de salvar al planeta es una tontería, primero porque el planeta no está en riesgo, los que en todo caso estamos en riesgo somos nosotros, así que el planeta no necesita de nuestra ayuda, y segundo porque es de una arrogancia demencial pensar que tenemos la capacidad de salvarlo".

Probablemente de esa "buena voluntad" confusa, se crean frasecitas medio locas como es el caso de "¡Salvemos la tierra!". Es medio loca ya que si le ponemos un poco de racionalidad emerge la pregunta: pero ¿de quién o quiénes vamos a salvarla? La respuesta no sería otra que habría que salvarla de nosotros mismos. "¡Salvemos la tierra!" vendría a ser un grito de guerra. Guerra que se libraría entre los que se crean que tienen que salvar la tierra contra aquellos que los salvadores crean que van a acabarla.

Ílmer Montana.

Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET