EL SENTIDO DE LA AUTOVALORACIÓN. PARTE II.
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EL SENTIDO DE LA AUTOVALORACIÓN. PARTE II.
"CUANDO YA NO ENCONTRAMOS VALORES SOBRE LOS QUE DORMIR, UNGIMOS EL RESPETO AL VALOR EN SÍ MISMO".
TOMÁS ABRAHAM.
Hablar sobre "el autovalorarse" puede convertirse en un cliché si no se toman en cuenta factores concomitantes al hecho básico de la simple estimación personal.
Como punto, la tendencia "natural" es adjudicarle prolijamente a la persona de uno cualquier retahíla de epítetos presentables con los cuales salimos bien parados en eso de tenerse en una alta estimación de sí mismo.
Por otro lado, en el transcurso del día a día, dentro del orden de la "autoestima", las personas van experimentando "subidas y bajadas" según les ocurran cosas. Solemos oír "Se me bajó la autoestima" o lo contrario, "Eso me sube la autoestima". Visto así el punto, la autoestima es tomada como una variante de los componentes de la personalidad, que en términos prácticos el individuo no tiene mucho control, por decir lo menos.
Sin duda, tanto el reconocer que uno se autoestima como tener la autoestima como un algo sometido a las variaciones del diario vivir (donde mucha gente al final del día llega a su casa con la autoestima por las nubes o tirada por el suelo), no conduce a un cabal entendimiento objetivo del fenómeno. En consecuencia, se hace inevitable darle importancia a factores concomitantes en la búsqueda de apropiarse cognoscitivamente de su real utilidad existencial.
Un factor a resaltar, mermador de la posibilidad de autoestimarse, lo hallamos en la humana habilidad para el autoengaño. Autoengañándonos casi todos alcanzamos el rango de expertos, e inducidos por esa peculiar habilidad, muchos de nosotros caemos -o no salimos- del entrampamiento de creer en falsas fuentes generadoras de autoestima. Ni por ser oriundo de tal o cual país, ni por poseer tal o cual tipología física, ni por detentar grandiosas capacidades de pago con las tarjetas de crédito, ni por los viajes realizados a través del planeta y ni siquiera, entre otras tantas falsas fuentes habidas, por los reconocimientos profesionales o afectivos hacia nuestras personas, podemos autoestimarnos debida y aceptablemente.
En pocas palabras, la autoestima no es un proceso de enriquecimiento del Ser fácil de desarrollar en la personalidad. Es tanto la dificultad de autoestimarse que inclusive la historia nos ofrece casos de grandes personalidades, que no obstante poseer gran influencia ante sus contemporáneos, por sus libros, investigaciones y sabidurías, sus comportamientos dejaron mucho que desear en el aspecto del respeto que sus propios logros personales le merecían.
Un caso digno de registrar lo encarna Friedrich Nietzsche quien le entregó su vitalidad toda a la voluntad todopoderosa de Richard Wagner y de su mujer Cosima, hasta el extremo de que lo usaban como muchacho de mandado. Wagner para que le comprara camisas y ella para que le comprara accesorios personales. Su carencia de autoestima le impidió notar el desprecio profesado por la escritora Lo u Andrea-Salomé, la cual en su postura de dominatriz ante el Grande filósofo, sólo se permitía tolerarlo.
Otro casito, incluso peor, tiene a Aristóteles en el rol principal. Su pobreza autoestimatoria le permitió que una hetaira (prostituta con cierta preparación cultural) llamada Filis, para dejarse disfrutar por el filósofo del peripato (enseñaba paseando), le imponía la condición de dejarse montar por ella haciendo el papel de jinete y él el papelón de cuadrúpedo. Aristóteles cuadrupeaba por jardines con la dama arriba causándole risotadas a los que veían semejante humillación móvil.
Sin embargo de los hombres histórico-universales nos proviene una descomunal pista para apreciar de dónde surge el disparador con el que gracias a una cualidad nuestra -o algunas cualidades-, emerge aquello que nos permite autoreconocernos como seres de valía inalienable.
Bastante es sabido de la multiplicidad de dones incluidos en la persona de Johannes W. Goethe. Dramaturgo, poeta lírico, novelista, musicólogo, empresario teatral, geólogo, botánico, anatomista, físico y abogado. Se manejaba con asuntos prácticos (minas, caminos, economía), amén de hacerse multilingüe (alemán, latín, ingles, italiano, etc.). Pero nada de eso le producía autoestima. Lo que le concedió traspasar el umbral de la autovalía fue su trabajo investigativo en la rama de la óptica. Lea usted la cita que hace María José Llorens para la Introducción de Obras selectas de Goethe, de las palabras del Autor: "No doy importancia alguna a todo lo que he producido como poeta... pero me enorgullezco algo de ser en mi siglo el único que conoce la verdad de la difícil ciencia del color, y eso me da un sentimiento de superioridad sobre muchos...".
Es decir, que Goethe comenzó a estimarse en sus aportes a Lo Humano desde el momento en que se le hace consciente cuál era su elemento básico para compartir y compararse con los demás. Quizá ni Aristóteles ni Nietzsche, para seguir nombrándolos, pudieron desenredar en la telaraña de sus especificidades extraordinarias, ese punto de inflexión necesario para apoyar el respeto necesario que sus personas requerían. Cosa que sí pudo coronar la luminosidad interior del Grande de las letras universales, Goethe.
Ahora bien, no se trata de contener en nuestras personas una enjundiosa batería de talentos y dones para poder seleccionar de entre ellos el que fungirá como disparador destellante para que nos podamos autoestimar. No. El asunto es un poco más sencillo. En única lid hemos referido hasta ahora la dificultad habida para entender en su complejidad la autoestima en tanto proceso posibilitador del respeto que cada quien se debe a sí mismo. Y con los casos citados sólo se quiso advertir de que la falta de respeto hacia la persona de uno deriva del propio sujeto, independientemente de sus logros o fracasos personales. O sea, podemos detentar éxitos y eso no nos exime de faltarnos el respeto en público, o peor: en privado. Podemos haber fracasado, por el contrario, y eso no obsta para que sigamos disfrutando del autorespeto inherente de aquellos que no pierden su autoestima porque se la han labrado a fuerza de reconocerse como personas vitales y trascendentes.
Fíjese, por favor, en esta experiencia.
Hubo en los inicios de la década de los años 1980 alguien en la ciudad de San Cristóbal-Táchira conocido como El poeta del sol (Aurelio Paz Greda fue su nombre, peruano de procedencia, creo) que asistía a las reuniones de un grupo cultural denominado Ariete en el edificio del Salón de Lectura. Allí asistían catedráticos, cronistas, profesionales universitarios amantes de las letras, etc., y entre otras personalidades se presentaba El poeta del sol. Él llevaba una existencia humilde (pernoctaba en un cuartico, a veces comía dos veces al día cuando mucho, su ropa era de gente con escasos recursos para vestir...), muy distinta a la existencia de los otros "arieteros" (bien vestidos, bien comidos, y transportados en vehículos propios). En la reunión con ellos el personaje de marras tomaba la palabra y exponía sus opiniones, críticas y sugerencias (en ocasiones regañaba a la concurrencia) con la seguridad y confianza exigida en esas reuniones. ¿Y de dónde le salía tal desempeño? ¿De dónde va a ser?, pues, de la valoración personal que él le confería a su Ser y a sus Poemas.
Para que alguien le dé importancia a sus cosas, esas cosas deben simbolizar lo que, por ejemplo le simbolizaba "La Rosa" a El principito de Saint-Exupery, o como el buscador de perlas del Evangelio que luego que halló la perla buscada abandonó las demás.
Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET
Magíster en Gerencia UNET
info: eluniversovocabular@gmail.com