DA RISA PERO SIN GANAS DE REÍRSE (XVI)

            

DA RISA PERO SIN GANAS DE REÍRSE (XVI)

Lo siguiente pudiera tomarse en el rango de lo insólito, si no manejamos medianamente las variabilidades psicológicas de las conductas y de los sentires de las gentes.

Hay dos caballeros, cuya amistad data desde que eran muchachos y al día de hoy, valga notificar, pertenecen a la fase biográfica llamada Tercera edad.

Uno está fuera de Venezuela. Y hablando por teléfono con el que vive aquí en Venezuela, y vive aquí en Venezuela porque según su creer, le parece indiferente vivir en cualquier lugar del mundo. En ese creer cuando identifica su procedencia, afirma que es un universiano, cosa que pese a lo exagerado, no pertenece al orden de lo discutible.

Retomo la idea: el que vive fuera de Venezuela, le escucha decir a este señor del universo que para él hablar por teléfono en medio de una calidad tecnológica deficiente, le resulta tan traumante como cuando hablaba dando clases en la universidad. Su explicación consistió en que la universidad donde laboraba, muchos de los estudiantes que tenían horas libres, en vez de salir hacia los lugares abiertos preferían permanecer en los pasillos, y con sus voces, risotadas y gritos, le producían al señor universiano la necesidad de hablar muy alto para lograr ser oído aceptablemente por sus alumnos, y el esfuerzo le traumaba ya que él en tanto hablante lo hacía en voz baja y pausada.
Esta explicación no satisfizo al interlocutor, y como supone conocerlo bien, le acota que el trauma de hablar alto en clases con tanto ruido alrededor, no era por el ruido sino por el cuadro agorofóbico que siempre lo ha acompañado.

Que sea de utilidad señalar que este habitante del cosmos gustaba y gusta de pasar el tiempo libre, no solamente en su casa, sino encerrado en la habitación y debajo de la cama de tamaño individual pero cubierta con una sábana matrimonial, con los bordes alcanzando cómodamente el piso. Este señor no se nombra agorofóbico. Prefiere definirse con el apelativo, poco difundido, de claustrofílico. Y montado sobre la lógica desprendida de la particular claustrofilia, le hizo al amigo, viviente fuera de Venezuela, esta descripción, en el ánimo de que el amigo le entendiera, cuestión muy difícil pues nunca, en todo el cumplimiento de la relación amistosa, ha podido hacerlo. La explicación fue esta:

"Mi condición de claustrofílico no me impide gustar y estar en ambientes de mucho espacio para la gente que los frecuenta. Visitar un centro comercial es lo mismo que estar encerrado. Si te fijas, los centros comerciales aíslan a los visitantes en la búsqueda de seguridad.
Cuando voy al centro de la ciudad los elevados edificios y las elevadas torres, haciendo el papel que hacen las grandes arboledas en los campos, me generan la misma sensación de protección que me generan las sábanas de mi cama. Otro tanto ocurre en el metro y en los transportes públicos. Ando ahí de lo más aislado. En fin, amigo, la sensación de aislamiento la hallo en cualquier ambiente urbano, incluyendo la acogedora y recogedora experiencia de vivir, como vivo, entre elevadas montañas, las cuales me cuidan de ver lo que hay detrás de ellas. Realmente las montañas son unas protectoras y cómplices de mi claustrofilia".

El amigo oyó paciente la explicación, e imaginando que con lo que le iba a preguntar, se le caería toda la argumentación pro-claustrofílica, le arrojó:

-"¿Y qué haces con las tantas personas que están en los centros comerciales y demás sitios de concurrencia social a donde vas?"

El claustrofílico, sin perder la tranquilidad habitual, le culminó al amigo la explicación, con estas palabras:

"Las personas visitantes de los sitios rebosantes de la presencia humana, no suelen mirarse entre ellas. Si observas a las personas éstas representan para las otras personas un singular tipo de aire. Se sienten, se sabe que andan, pero no se les ve. Eso, por un lado. Por otro lado, las demás personas me permiten sentir que soy un ser humano solo; ciertamente el gentío me es indispensable".

Luego de platicar con su amigo, el que reside fuera de Venezuela, caviló un tiempito acerca de la argumentatoria escuchada, y confiriéndole al amigo el beneficio de la duda, elaboró -no se sabe si parcial o definitivamente- esta idea: "Menos mal que la gente sufriente de claustrofobia no cae en cuenta de que el tema de los encerramientos excede el concepto de los espacios reducidos. Así el tema, no solo nos quedamos encerrados en un ascensor. También, si miramos bien, estamos condenados a estar encerrados en el cosmos, sin opción alguna de escapar".

Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET

No hay comentarios:

Publicar un comentario