LA PARADOJA DEL EMPERADOR
Ni en nuestros más profundos sueños podemos escapar de la autotiranía.
ADRIANA M. RICO, Médium (17.8.2020).
I
Cuando alguien masculino gusta de una dama pero, aunque quisiera, no puede manifestárselo, o alguien, cualquiera sea el género, aunque tenga necesidad de que la empresa donde labora le aumente el salario, pero no puede pedir una cita para solicitarlo, o en términos generales, cuando no podemos exteriorizar una demanda perentoria, y la necesidad de hacerlo la ahogamos al interno nuestro, se debe a que existe en ese interno (que lo ahoga todo) una fuerza que pese a estar en nosotros, no la manejamos sino que en tanto fuerza, nos maneja tiránicamente, al punto que preferimos pasar por apocados, por tímidos, por mojigatos... con tal de no molestar a esa fuerza.
II
Esa fuerza tranquilamente la podemos metamorfear como una fuerza imperial, tiránica y déspota que desde su imperialidad no resistiría un No. Un No como respuesta tendría efectos hecatómbicos en el mantenimiento de su trono, y como no puede enfrentar probables negativas, conmina al organismo sujeto a ella (a la fuerza) a inhibirse. Al sujeto inhibirse siente a su interno la felicidad de su Emperador al verse librado de la prueba de oír el terrible e insoportable No.
El sujeto en referencia actuaría distinto si alguien o algo le aseguraría en un cien por ciento que ante la demanda por hacer conseguiría categóricamente un Sí. Mas como en el modelo de vida social dado todo se lleva a escena con altos riesgos de no hallar lo pretendido, podemos observar en las orillas de la vía de ese modelo social de vida, personas por humanas averías varadas, fuera de la circulación de las pretensiones responsables, expuestas a resultados adversos exponenciales.
III.
No deja de ser una sorpresita enterarnos de que dentro de la persona timorata e irresoluta habita un emperador (o emperatriz) que prefiere que la persona se prive de actuar, de desenvolverse, con tal de evitarse la posibilidad de un No aplastador. Pero esto significa una sorpresita a medias. Se da algo peor que la completa, convirtiéndola en una gran sorpresa, por decir lo menos. Veamos.
Resulta que la hegemonía imperial compele a su súbdito, a su avasallado (quien está obligado por potencias inauditas que operan desde las regiones ignotas del inconsciente) a obedecerle en todo aquello donde la Majestad se sienta bien. Y aunque parezca mentira, una de las cosas con las cuales se siente bien su Majestad, la localizamos en el orden de los vejámenes, en los vejámenes que la persona-súbdita pueda recibir por parte de la pareja, de los familiares más cercanos y demás relacionados. Como ser vejado, denigrado y apachurrado, le sienta bien al Emperador, el subalterno tiene que quedarse en silencio, oyendo con ausencia total de réplica, cualquier improperio, por más insultante que sea. La gente presenciante de estas escenas de lo avieso, no puede dar crédito ni a sus ojos ni a sus oídos cuando son testigos de que su papá, su mamá, su pareja, su familiar querido, se haya dejado agobiar de la manera más afrentosa, sin chisteo alguno, como un mogollo más.
¿Y qué opera en el interno de la persona para que se produzca la reducción de su ser por medio del insulto sin buscar defenderse en nada? Explico.
IV
He de confesar que hasta hace poquito me informé sobre el asunto del dejarse insultar, ofender y regañar por parte de alguien sin esgrimir ninguna defensa del insultado, ofendido y regañado. Más bien el insultado, permaneciendo silencioso y sumiso, lo hace porque obedece a complejos procesos en su estructuración psíquica, conduciéndolo a ciertos grados de goce, derivados del cuadro patogénico al que es sometido.
Me informé del asunto viendo al profesor-comunicador Carlos Fraga el sábado 25.2.24 (programa en Reposición de Televen). Ese día la entrega de su programa era acerca del por qué las personas se quedan calladas cuando la insultan. El profesor-comunicador para explicitar tan engorroso asunto, partió de esta premisa:
"Dejarse insultar supone que el insultado tiene un super-ego despótico consigo mismo, y aquel que lo insulta está siendo justo con él, pues se lo merece".
O sea, y en otras palabras, el super-ego, que viene siendo la elaboración ideal del ego, idealidad con la que rige y sanciona el inventario de sus conductas mentales y materiales, le impide al sujeto reaccionar (en ocasiones guarda total mutismo e inmovilidad) porque se le hace justicia al rebajarlo.
Sin duda este asunto merece una explicitación mínimamente clarificante, cuestión de que la podamos abstraer del complicado pantano psicológico en cuyo fondo se perpetra. Haré el intento.
V
Los componentes estructurales del aparato psíquico (Yo, Superyó y Ello) requieren para el sano cumplimiento de sus funciones, interacciones congruentes entre ellos, so pena de tergiversarse para perjuicio del humano sujeto, si las interacciones no están inmersas en los rangos que funcionalmente les corresponde.
A saber, si siendo el Yo el principio de realidad y los datos, impresiones y referencias que debe suministrarle al Superyó para que cumpla con sus finalidades ideales afincadas en correcciones operativas, son enviadas de manera ambiguada, teñidas de falsaciones y de equívocos, las idealidades que el Superyó elaborará, al estar la realidad objetiva ausente o desfigurada, ya no constituirán sancionamientos sanos que modelen el comportamiento de la persona, sino que obedeciendo a la suministración deficitaria de realismos concretos, le pondrá figuras e ideales desviadas como por ejemplo el caso del Super-ego que no recibiendo estímulos para fortalecerse, se presenta como un componente dañado, que es tanto su debilidad fisiológica, que conduce a la persona a oír impávidamente insultos, en pos de buscar justicia.
Podemos suponer, con esa base psíquica maltrecha, cuánta cantidad de justicia precisará el Superyó de una dama que es capaz de sobrellevar de lo más estoica, las golpizas (en la imaginación de ella pudiera tomarlas como dosis de justicia) que con frecuencia la pareja sentimental violenta que le tocó en los vericuetos de su vida, le propina.
Y no se cae en exageraciones al vincular la violencia verbal, física, moral o de cualquier otra índole, con la valoración vital de Justicia, pues es bastante sabido que las violencias de todo género tienen un origen "justiciero". Son ejemplos el papá castigador en el hogar, los tiroteos mortales provenientes de jóvenes o adultos que se sienten preteridos, los antisociales que hacen ajusticiamiento con alguien, etc.
En el caso particular tratado acá, se hace probable que el súbdito hastiado de los dictámenes implacables del Emperador de sus entrañas psíquicas, se revele, bien volcando toda la violencia recibida de la gente que lo oprimió, indistintamente contra los demás, bien volcando toda la furia contenida contra su propio organismo, quitándolo del mundo de los vivos, bajo la creencia sublimizada de que por fin pudo actuar como él (o ella) quería.
Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET
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