REFLEXIVAS (XVI)
A renglón seguido citaré con su debida reflexión, algunas ideas sobre:
• el yugo del lenguaje en el hablante;
• la resulta de trabajar para los planes de otros y
• el endeudamiento que a diario incrementamos con nosotros mismos.
Vamos, pues...
1
La aseveración de Ludwig Wittgenstein "Los límites de mi lenguaje significan los límites de mi mundo", por su inconmensurable alcance ha generado que los filósofos sensibles a la temática de Lo que se habla (y de lo que no), fijen sus posiciones, antagónicas algunos a Wittgenstein, u otros profundizando aún más la idea de la limitación proveniente del lenguaje.
Roberto Echavarren Welker, el escritor uruguayo de la novela Ave Roc (1994) dedicada al raro existir del Doors mayor Jim Morrison, en la introducción elaborada para la obra de Friedrich Nietzsche El ocaso de los ídolos (Ed. Tusquets, 1975, pag. 09), nos arroja este aporte para que nos entendamos mejor (o al revés: nos entendamos peor) mediante el influjo devastador del lenguaje, cuando éste es usado. Lea, por favor:
"Con el lenguaje hemos heredado... una interpretación de la realidad. La estructura del lenguaje se vuelve estructura de la realidad. No nos damos cuenta de que el lenguaje nos presenta las soluciones de antemano. Usando el lenguaje sin pensarlo, sin destruirlo, usando el lenguaje sin examinarlo, como un mero medio de comunicación, lo comunicado no será nuestro pensamiento, sino el pensamiento ya incluido en el lenguaje".
2
Si nos sujetamos a los Cuadrantes Económicos de Robert Kiyosaki, mucho menos del 10% de la población (pudiera ser solo 01% o 02%") basa su vida en hacer que el dinero trabaje para los integrantes de esa rara minoría. El gran grueso poblacional (se presume en más del 70%) se desenvuelve para existir bajo la figura de gente empleada, la cual, buscando seguridad económica, opta por introducirse en la finalidad y los planes de los empleadores. No poseyendo finalidades y planes propios, la gente ubicada en este cuadrante suele tomar la actividad laboral como algo que se cumple por estricta obligación.
La gente obligada por la vida a depender de salarios, utilidades y bonificaciones de fin de año, quizá para no verse tan atrapada en las redes de los intereses ajenos, crea culturas (por ejemplo el "Hoy es viernes y el cuerpo lo sabe") que le hacen sobrellevadera el trabajo, que esta gente mayoritaria arrastra como una pesada carga.
El británico David Bolchover con minuciosidad gerenciológica escruta la pesadumbre del mundo de las organizaciones en su libro Los muertos vivientes (Ed. Gestión).
Bolchover, colocando teóricamente a los empleados en el rango de zombis (muertos que viven muertos), despliega todo un discurso con el propósito de hacerle captar a sus lectores que "vivir muerto" no es una simple metáfora fílmica, sino que constituye una cruda realidad en la gente corporativizada.
Lo que citaré del autor aparece en las primeras páginas del libro. No lo escribió él puesto que la frase se ofrece entre comillas. Por cierto, es cortica. Mire:
Hay millones de seres humanos que no hacen nada, pero tranquiliza enterarse que la mayoría de ellos tienen trabajo; la frase, valga agregar, ilustra el apartado "Tasa de muerte en vida".
3
La realidad humana contenida en la celebre sentencia antigua "Lupus est homo homini" (El hombre es el lobo para el hombre) lenta y progresivamente se ha venido modificando en la medida en que cada Hombre (versión femenina/versión masculina), no requiriendo de los otros para depredar, se depreda a sí mismo, sabiéndolo o no sabiéndolo.
Siendo así, podríamos modificar también la sentencia en estos términos:
El hombre no necesita que los lobos humanos lo depreden, él aprendió a autodepredarse.
Indudablemente, el esfuerzo que debemos hacer para procesar que cada quien de los vivientes humanos porta (o está acompañado por) su enemigo en él mismo, no es poca cosa, pero hay una referencia que podría explicitar en grados admisibles, que este fenómeno diariamente (nos) acontece.
Fíjese usted:
En lo subjetivo la persona cuando se propone cristalizar una idea, o alcanzar materialmente un anhelo, sin poder evitarlo -más bien aúpa el asunto- se hace promesas de no desistir en lo pretendido. Las promesas a menudo, lo van comprometiendo consigo mismo a no decaer pase lo que pase y cueste lo que cueste, pero como se trata de enfrentar una realidad o de enfrentar la realidad que se le interpone entre lo que busca y lo que puede conseguir, y que no siempre lo conseguido responde a las expectativas subjetivas, este detalle o este meollo, a ritmo lento, le va minando la voluntad y la impulsividad inicial, y el solo hecho de no encontrar lo que con bríos procura, la persona se va sintiendo en deuda con ella misma. Y según más se prometa en conseguir lo buscado y menos lo consiga en las condiciones que necesita, la deuda todos los días, todas las semanas y todos los meses... se le va acrecentando. De manera que cuando usted note que alguien le luce cabizbajo o, desmejorado, con una mirada extraviada ante el infinito que tiene enfrente, no se pregunte en su interioridad que quién(es) le estará(n) haciendo daño. Mejor dígase que quien usted nota abatido y mustio es porque se intensificó en el proceso de autodestrucción personal a punta de no cumplir lo que se prometió a sí mismo.
Pensando en estas cosas el filósofo y psicoanalista Jacques Lacan, por allá en los inicios de los años 30' del siglo pasado inmediato, le legó a los interesados en estas aristas de la humana vida, una observación invalorable:
"La tarea de cada día, y la parte más preciosa de la experiencia de los seres humanos, consiste en enseñarse a distinguir, bajo las promesas que formulan, las promesas que van a cumplir".
Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET
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