DA RISA PERO SIN GANAS DE REÍRSE (VIII)

 


DA RISA PERO SIN GANAS DE REÍRSE (VIII)

Si no es el único, por lo menos el Conde de Saint Germain, resulta ser uno de los personajes históricos (histórico porque es ubicable en un tiempo y en un espacio) más cercanos a la fábula o a las fabulaciones, siendo Saint Germain el propio responsable de ello por no ocultarle a sus contemporáneos todo ese caudal de atributos, con los cuales hacía gala en los más altos círculos de su medio social circundante. Cualquier referencia sobre él significaba una rimbombancia singular. Era hijo del líder de la independencia húngara Francisco Rakoczi II de Felsovadász y principe de Transilvania. Procreó a Saint Germain con su primera esposa Teleky. Con tal ascendencia nuestro referido conde ya era un personaje de primer nivel en el mundo de las espectacularidades. Pero no, eso parece, quizá, lo más simple suyo. Vestía con la máxima elegancia de la época y le podía hablar en su idioma a un chino, un árabe, un hispano, un italiano, un inglés, un francés, un alemán, un ruso, un portugués. Incluso, manejaba el latín y el sáncrito. Nunca pagaba sus cuentas con dinero sino con piedras preciosas (sobre todo con diamantes). A la gente que se asombraba le decía, para tranquilizarla, que él poseía una fábrica de oro, plata, brillantes, esmeraldas y rubíes. Se afirmaba y se constataba que era un inventor, alquimista. En las reuniones deleitaba a la concurrencia tocándole magistralmente el piano o el violín. También, por ser médico, sanó a más de uno. La escritora venezolana Conny Méndez en un pequeño libro dedicado a esta deslumbrante personalidad, da la referencia que manejaba a la par las dos manos. Con una podía dibujar y con la otra, escribir, por ejemplo. Demás esta agregar que escribió un libro titulado El libro de oro. Ante tanta realidad las personas no pueden lucir como si nada. Y se originó la creencia de que Saint Germain arrastraba muchos siglos de existencia, creencia que él mismo alimentaba asegurando a cierto público que su edad sobrepasaba los mil años. Dos mil, para ser precisos. El conde se hacía ver por un criado, que tenía privilegios especiales gracias al trato exquisito que su amo le confería. Por ende, el criado acompañante también era una celebridad. Este criado llamó la atención -y esto lo refiere el historiador Franz Berman en el libro Grandes enigmas del mundo- del cardenal de Rohan, quien supuso que el acompañante de Saint Germain le podía suministrar datos confidenciales. Imbuido en esa idea averiguadora, concertó una conversación. Como todo hombre con poder le ofreció al sirviente su amistad, su protección y satisfacción de deseos imcumplidos, con tal de obtener de él algunos secretos de su descomunal y raro amo. El criado, tan educado como su amo, le dijo que si podía contestarle algo que el cardenal deseara, con gusto lo haría. Y lo primero que le pregunta es acerca de la edad del conde. De que si es verdad que lleva dos mil años viviendo. El criado, un tanto temeroso, le pide al cardenal que le guarde el secreto, a lo que el cardenal, obviamente accede. "-¿Quién lo duda? Contad con mi palabra más solemne" -escribe el historiador Berman reseñando el encuentro. Según Berman, esta fue la respuesta: -"Bueno: pues en confianza os diré que yo no creo en tal antigüedad de su vida. Mirad, señor cardenal, hace más de cuatrocientos años que estoy a su servicio y sólo hace cien años que le oigo contar que tiene más de dos mil. Puedo aseguraros que antes no hablaba de tal cosa".

Ílmer Montana.

Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET


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