LA DEPENDENCIA PERSONAL Y SU GRATUIDAD (II)
"...la satisfacción que se espera de las relaciones, precisamente porque no han resultado plenas... el precio de la satisfacción que producen suele considerarse excesivo...".
ZIGMUNT BAUMAN
Lo incierto, lo dudoso, lo inestable, constituyen elaboraciones materiales e ideáticas movedizas en la vida pesada de las gentes, cuyas gravedades hacen que los participantes de las distintas interacciones humanas, concurran a ellas bajo el signo de la vacilación, y no es para menos, porque ninguna de las interacciones humanas (comerciales, matrimoniales, académicas, deportivas, proselitistas...) se da fuera de los marcos de las expectaciones y de las ansiedades, propias de la inseguridad, o si se prefiere, propias de que nada en la humana vida es seguro. En otras palabras, desenvolverse en el mundo hecho por los hombres (mujeres y varones), exige una preparación semejante y ¿por qué no?, superior, a la preparación detentada por los depredadores y sus hipotéticas víctimas en las junglas, los ríos y sabanas, cuando salen a exponer sus organismos todos los días, al acto final de la devoración.
Y al haber en el conjunto de la gente, una infinidad de personas que por causas genéticas y caracteriales, no cuentan con el stock de habilidades y de competencias mínimas indispensables, para un enfrentamiento más o menos exitoso en el hábitat denso e inseguro del mundo en el cual discurren sus existencias sociales, se ven en la obligación, por un lado, de reconocerse en gran forma y grado (muy) dependientes, y por otro lado, generar y pulir la visión que le permita identificar a ese individuo (mujer o varón) que le ha de servir de apoyo, y del cual, le guste o no, inexorablemente dependerá. Esto se cumple en el mejor de los casos, debido a que hay una concienciación que permite el autoreconocimiento de la carencia y de una percepción inteligente de captar el posible candidato ayudador dentro del entorno. Pero cuando no es así, las personas ineptas en sus desempeños particulares, conducen sus vidas a los abismos psíquicos, que como ya sabemos, se diferencian de los abismos físicos porque éstos tienen fondo, y los psíquicos no. En los abismos psíquicos, llamados bohemiamente "huecos del alma", jamás los sujetos que caen, consiguen un piso donde caer (o estrellarse). Es más, los sujetos cayentes, víctimas de las incertidumbres, tanto duran cayendo que por razones inexplicables, terminan por perder la noción o la sensación de que caen. O sea, naturalizan la anormal caída bajo el rigor del infinito no sentido.
Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET
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