DA RISA PERO SIN GANAS DE REÍRSE (IX)
Atesorar desmedidamente designa la cualidad negativa definidora del vicio de la Avaricia. El avaro no atesora bellos momentos ni gratos recuerdos, ni tampoco atesora buenas amistades. Es vicio el atesoramiento cuando alguien guarda, esconde o saca de circulación bienes que representan valoraciones materiales.
Por lo común el dinero atesorado, retenido y escondido para no gastarlo, se ha convertido en el símbolo genuino con que los viciosos de la avaricia tipifican y justifican sus existencias.
Las existencias de los avaros de suyo es una caricatura mal delineada (léase mamarracho) de la existencia humana. Estas existencias cuando son observadas por los demás le generan, por la vía chiquita, lástima. Algunas veces burla e incluso hasta risitas de incomprensión.
Me cuenta alguien (quien lucha a brazo partido contra este pésimo mal) que su mamá siendo él un niño de cuatro años, le hizo caer en cuenta de su avaricia potencial porque una tía en 1952 le dio dos bolívares para que los gastara en el viaje de Duaca, estado Lara, a Barinas ciudad capital del estado homónimo. El viaje se inició a las 6 am y terminó a las 5 pm. Los dos bolívares no fueron tocados en todo el transcurso del largo viaje, y no porque no tuviesen poder de compra, sino por la temprana tendencia avárica del alguien en cuestión. Por ejemplo, en esos tiempos con sólo 0,25 céntimos de bolívar se adquirían cinco huevos criollos, y si eran huevos norteamericanos con 0,50 de bolívar se obtenían tres. También con dos bolívares en los años referidos un niño podía entrar cuatro veces al cinema.
La madre, viendo tal tacañería consigo mismo, le dijo: "Hijo, ojalá que no salga usted como mi hermano Pedro. Su tío teniendo varias carnicerías, varias cabezas de ganado y un frigorífico, anda descalzo en la calle para no gastar las pobres alpargatas de caucho, alpargatas que las carga guindando de la cabuya que usa como correa.
Usted sin duda habrá leído o escuchado cuentos sobre avaros. Seguidamente le traeré dos casos relatados por Inving Wallace (1916-1990) en su ampliamente desconocida obra Los disconformes (La clavija cuadrada).
El primer caso es de extensión breve y el segundo igual.
En la pretensión de escribir acerca de personajes célebres por sus extravagancias, confieza que prescindió con mucho disgusto de la existencia de Edward Hyde, lord Combury, gobernador de Nueva York en 1702. Hyde -afirma Wallace- fue tan meticulosamente tacaño que los invitados a sus cenas privadas debían pagarle el derecho a lucirse con el acceso a las cenas. Los varones que llevaban pelucas les impuso un tributo. Él por su parte, para no consumir su vestimenta varonil, se presentaba ante los invitados con las ropas femeniles de su esposa
Atinente al otro caso de avara conducta, Wallace no expuso en su desconocida obra la experiencia rastrera de Hetty Green, mejor nombrada la avara de Wall Street. Esta avara llegó al extremo de que para extender la utilidad en el tiempo de sus prendas íntimas, las sustituyó con papel periódico viejo. Para la alimentación de su mísero organismo, gastaba lo menos posible en huevitos y cebollas todos los días incluyendo los fines de semana. En la mezquindad con su casa la privaba de cualquier lumbre. En cuanto a la higiene de su sufrido cuerpo, solo se permitía lavarle "la mitad inferior de sus enaguas". Esto nadie por más que se esforzare puede entenderlo, puesto que su haber numerario alcanzaba la suma 80 millones de dólares americanos.
A ciencia cierta es muy dificultoso determinar que le hace más daño a la calidad del vivir, si las restricciones extremas como los dos casos nombrados o el boato, el cual en tanto vicio consiste en la extravagancia de la ostentación, del parecer sin ser, de consumir más de lo que en sana lógica se debe consumir. Comoquiera, usted o yo, nos toca cuidarnos de ambos extremos, aunque cuidarnos de uno de ellos nos puede conducir a ejercitarnos en el otro.
Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET
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