LA DIÁSPORA CASERA

 

LA DIÁSPORA CASERA
(o un pequeño cuento de una larga historia) 

"Morir es olvidar". 
SAMUEL BUTLER
 (filólogo y satírico inglés -1835-1902-)

Dos ex-compañeros sentimentales heteros comparten una casa enorme. Enorme porque quedan sólo ellos dos. Los hijos, los sobrinos y los nieticos se marcharon sin vuelta atrás, casi despavoridos del paraíso venezolano (entendiendo por paraíso en el estricto rigor bíblico, aquel lugar donde se hace lo que venga en gana, y si se comete algún error siempre hay disponible alguna excusa que descargará de la culpa) para vivir en el infierno de las leyes de algún país más o menos serio.


Cuando estaban todos los miembros de la familia, la casa más bien resultaba pequeña e incómoda, aun teniendo cinco salas de baño con tres salas comedor. Pero ahora que los dos miembros de la ex-pareja son sus únicos residentes, la vivienda de cuatro pisos, es un espacio donde por virtud al contacto cero de ellos dos, se estrechan la mano la distancia, el orden y el silencio. Posiblemente las tumbas de los camposantos ya en desuso pueden ostentar semejante ambientalidad de brutal ausencia.


De vez en vez la habitante recibe visitas de gente que cuando eran jóvenes le manifestaban gran aprecio, aprecio con el que justifican sus esporádicas visitas; jamás esta gente percibió otra persona en la casa, aparte de la visitada, puesto que el otro habitante consumía el resto de sus días aquí en la Tierra, escribiendo relatos para lectores improbables de Internet, enviándoles textos filosófico económicos a una locutora quien se los leía con mucho interés en un programa pop-rock de una emisora FM y leyendo por primera vez los libros usados cuando era profesional en ejercicio. Su ex-compañera agradecía grandemente la colaboración indirecta que este ser tan cercano y tan lejano le ofrecía con su aislamiento, puesto que sus visitas y hasta ella misma se contaban las cosas con entera libertad, bajo la suposición que no había nadie, sino ella y sus visitantes.


Cierta tardecita fueron tres personas de visita, luego de tener varios meses que no se veían. Estando en el disfrute de nostálgicos cuentos, la voz del otro habitante se dejó oír. Se dejó oír con imperiosidad sonora de tenor, cantando las gloriosas notas del Himno Nacional de Venezuela. Los visitantes perplejos intercambiaron miradas. La habitante viéndose obligada a explicar el imprevisto hecho musical emergido del más absoluto silencio de unas de la recamaras de los pisos de arriba, les dice: -No se preocupen. Están oyendo a Faustino. Como tiene tanto tiempo sin hablar, está, y esto lo digo yo, cantando para probar que todavía le queda voz. Ahora -prosigue la dama visitada- es raro que esté cantando en español. Desde que fue absorbido por el sí mismo del mundillo subterráneo del trip-hop anglo-sajón, únicamente canta cuando se le ocurre, en inglés. -¿Y qué canción canta? -preguntó la mayor de los visitantes con un dejo de indiferencia, viendo a la anfitriona. -En realidad no sé -respondió dubitativa, pero acoto-: Aunque la canción me parece que la he oído. Como es idioma español, pudiera ser una de las canciones de Franco o de Montaner, que fueron los cantantes de los lares latinoamericanos que le llamaron la atención. Otra de las visitas, un caballero de larga barba, entornando la mirada ante el infinito que se le abría delante de los ojos, se atrevió a afirmar que el canto que oían se oyó mucho en Venezuela en los tiempos que el tenor Alfredo Sadel vivía.

Ílmer Montana.
Pregrado en Literatura ULA y
Magíster en Gerencia UNET

No hay comentarios:

Publicar un comentario